La Sirvienta Y El Luchador by Horacio Castellanos Moya

La Sirvienta Y El Luchador by Horacio Castellanos Moya

Author:Horacio Castellanos Moya
Language: es
Format: mobi
Published: 2011-12-22T23:00:00+00:00


3

Belka está en su escritorio, revisando el informe del turno de la noche anterior. Son pasadas las cuatro de la tarde. Espera la llamada del doctor Barrientos. Hoy es un día decisivo: si aprueban su contratación en el Hospital Militar, su vida cambiará radicalmente. Dará un salto que nadie espera, ni Luisa, ni el doctor Merino, ni su madre.

Sobre el escritorio tiene fotos de su madre y de Joselito, nadie más; a diferencia de Luisa, quien tiene fotos de cada uno de sus tres hijos, de sus padres, de su matrimonio, muchas fotos de su matrimonio.

Ella y Luisa comparten despacho, ubicado junto al del doctor Merino, el director de operaciones.

—¿Querés echarle un ojo a los turnos de anoche? —le pregunta a Luisa antes de colocar la carpeta en la palangana sobre su escritorio.

Luisa es la supervisora, la jefa; ella, Belka, es la segunda, la suplente. Muy pronto Belka sabrá si también se convertirá en supervisora, pero no de este pequeño hospital privado, sino del Hospital Militar.

Está ansiosa. Ha logrado mantener todo en secreto, hasta de su madre, para evitar intrigas, acusaciones, malas miradas.

—En un rato los revisaré —dice Luisa concentrada en un informe de cuentas.

Esta es regordeta, de cabello corto, gafas redondas, cutis de poro ancho, y muy maquillada. Parece mayor que Belka, aunque no lo sea.

Si el doctor Barrientos le dice que sí, que su contratación ha sido aprobada, no le informará nada a Luisa esta tarde sino mañana. Primero hablará con su madre, María Elena. Ese es el plan. Lo tiene detallado: su madre pondrá mala cara, protestará, pero no tendrá más opción que aceptar sus razones, lo conveniente de tal paso. Y mañana temprano pasará por el Hospital Militar, para ultimar detalles, y luego vendrá a renunciarle al doctor Merino.

Pero no quiere hacerse ilusiones; odia hacerse ilusiones.

Si el doctor Barrientos le dice que no fue aprobada, tendrá que «hacer de tripas corazón», como dicen, y seguir lidiando con Luisa, con el doctor Merino.

Se mueve hacia atrás en su silla rodante y se pone de pie. La ansiedad le produce ganas de orinar.

Es trigueña clara, de tez lustrosa, nariz aguileña, con una mata de cabello negro hasta los hombros agarrada en una trenza bajo la cofia, y su cuerpo aún esbelto pero escondido dentro del holgado uniforme. Desde joven aprendió a no mostrarse, a que los hombres la intuyan y luego se prendan.

Como el doctor Merino, quien ha entrado deprisa, agitado.

—¿Ya se dieron cuenta? —pregunta.

—¿Qué pasó? —dice Belka.

Luisa se ha volteado.

—¡Se llevaron al doctor Chente Alvarado!... —exclama el doctor Merino—. Estaba operando a un paciente en Clínicas Médicas cuando un grupo de hombres armados entró hasta el quirófano a llevárselos a todos...

—¡No!... —exclama Luisa, llevándose las manos a la boca.

El doctor Alvarado es muy respetado: ha sido directivo del Colegio Médico de El Salvador y tiene un consultorio en la colonia Escalón, donde atiende a las familias más adineradas del país. Médicos y enfermeras lo conocen al menos de nombre.

—¿A quiénes se llevaron? —pregunta Belka, con curiosidad, pero sin exteriorizar emoción alguna.



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